Presentámosvos un conto escrito por David Otero de 2º B de ESO despois da lectura do libro Cinco cuentos sobre Velázquez e baseado no famoso cadro Vieja friendo huevos. Agardamos que vos guste e que sigades facendo colaboracións.
Mi abuela en un cuadroEra un día espléndido, no creo que pudiera ser ni más soleado ni más claro. no había ni una sola nube en el cielo en aquella mañana tan especial de mi vida.
Digo que fue especial porque fue cuando me retrató el famosísimo Velázquez.
En aquel tiempo yo vivía con mis padres y mis tres hermanos. Éramos bastante pobres, aunque mi padre y mis tres hermanos mayores tenían unos trabajos que nos permitían comer lo suficiente todos los días.
La casa en la que vivíamos era modesta, pero confortable. Estaba considerablemente lejos de la casa de mi abuela.
Yo adoraba a mi abuela y la visitaba tantas veces como podía.
Ella me contaba historias de cuando era joven o de cuando mi madre y mis tíos eran pequeños. La pobre anciana apreciaba mi compañía, ya que mi abuelo falleció joven y estaba casi siempre sola.
Me disponía a salir de casa cuando vi a un hombre que se acercaba por el camino. Me preguntó si conocía a una anciana que vivía por aquellos alrededores. En aquel momento, sorprendido por la pregunta, la mente se me quedó en blanco. Tardé un momento en reaccionar. Luego le respondí que la única que conocía era mi abuela, que vivía en una casa al pie de la montaña que se veía al fondo. Como yo también iba hacia allí hicimos el camino juntos. Anduvimos un tiempo sin hablar pero, mi curiosidad de niño me hizo preguntarle por qué buscaba a mi abuela. Él me miró y sonrió, entonces mientras me acariciaba la cabeza me contó que un amigo le había hablado de la sabiduría que reflejaba su rostro. Al llegar, un olor delicioso a huevos fritos nos rodeó. Entramos y allí estaba mi abuela friendo un huevo. El forastero se presentó, dijo que su nombre era Diego Velázquez y que estaba allí porque deseaba retratarla. Mi abuela se sonrojó y nos invitó a comer huevos fritos. Era famosa por ser una excelente cocinera y venía gente de muchos lugares para pedirle que cocinara para ellos.
Durante la comida, el pintor comentó que ahora que la tenía ante él veía que era completamente cierto lo que le habían dicho sobre su aspecto. Ella se sonrojó aún más y le dijo que posaría gustosa para él.
Yo, tan entusiasta como siempre, le pregunté si yo también podía posar y él asintió.
Aunque fue duro estarse quieto durante tanto tiempo nos gustó mucho como había quedado el retrato.
Al regresar a casa, entusiasmado, le conté a mi familia lo que me había pasado, pero ellos no me creyeron. Después de unos meses, Velázquez vino a mi casa para enseñarnos el resultado final de la obra. Mis padres sorprendidos vieron que lo que les había contado era cierto. Luego lo acompañé hasta la casa de mi abuela. Al vernos se alegró. Nos preguntó la razón de nuestra visita, al responderle, su rostro se volvió triste, aunque intentó ocultarlo lo mejor que pudo.
Acompañamos al pintor a la puerta y, después de despedirnos de él, nos quedamos allí los dos solos, sin dirigirnos la palabra, pensando en lo que había ocurrido.
Ahora ya han pasado treinta años y en mi mente recuerdo ese día con una mezcla de alegría y tristeza. Mi abuela ya ha fallecido, pero me reconforta pensar que será recordada siempre gracias al cuadro de Diego porque, aunque él es el artista, mi abuela es quien aparece en él y eso pasará a la historia.
También me alegra saber que él será considerado uno de los mejores pintores de la historia, ya que conmigo y con mi abuela había sido muy agradable, tratándonos como a verdaderos amigos.
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